sábado, 30 de agosto de 2008

Diez años en Venezuela, ¡Toda una experiencia!


Salí de Río Cuarto un 16 de abril, de 1998 (plena época menemista), con mi hija de seis años, una maleta con ropa, una con libros y una beca para hacer una maestría. ¡Ah!, sí y mucha ilusión de formarme y regresar a mi país para aplicar mis nuevos conocimientos. Lo que no sabía era que Argentina iba a entrar en una tremenda crisis, una de las tantas, y terminaría trabajando en Venezuela. Llegamos en plena campaña política, porque en diciembre de ese mismo año había elecciones, las cuales ganó Hugo Chávez. Los primeros años allí (98-2000) fueron cómodos y tuvimos la oportunidad de conocer, a mi gusto, algunos de los mejores rincones del Caribe. La gente era alegre, amable y fiestera. Luego vino el famoso "corralito" en mi país y se me acabó la beca, graduada con honores no tenía dinero ni para mantener a mi hija. En Venezuela me ofrecieron trabajo, el mejor que he tenido sin lugar a dudas, donde pude hacer cosas que sólo había soñado (tales como escribir un libro, por ejemplo), pero empezó el deterioro social y el enfrentamiento. El no te quiero porque eres blanco o negro, rico o pobre, chavista o escuálido. La delincuencia aumentó y con ella la marginalidad, las calles sucias, el no me importa nada y el sálvese quien pueda. A partir del 2003 cada vez que sales a la calle debes preguntarte a qué hora volverás, porque no sabes qué manifestación o tranca en el tráfico o imprevisto te retendrá y desde hace dos años es una suerte si regresas sano y salvo. Colegios donde la calidad educativa le importa un bledo a la dirigencia, a los padres y a los propios estudiantes, profesores que venden los exámenes, etc. ¿Quien querría educar una hija adolescente en esas circunstancias? Yo no, por supuesto. Por eso decidí venirme a España, al País Vasco, a terminar mi doctorado y rogar que las cosas mejoren en Venezuela, porque no quiero pensar en ella como el país del odio, la "matraca", la corrupción sino en la fiesta, las playas y la gente cordial. Para ello hace falta la buena voluntad del Estado, por supuesto, pero fundamentalmente de su gente, de no pensar en que si la cosa se pone fea me voy del país y que se arreglen los que quedan. Ojalá Venezuela vuelva a ser la que conocí hace diez años.

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